La carta del día


El portugués Fernando Pessoa es un caso sin parangón en toda la historia de la literatura. Poeta y ensayista igualmente extraordinario, su personalidad literaria se desdobló en diferentes heterónimos, sobre los cuales se han escrito y se seguirán escribiendo toneladas de artículos críticos y monografías universitarias. Pero probablemente ningún ensayo podrá igualar a esta carta que Pessoa envía, meses antes de su muerte, al poeta y crítico Adolfo Casais Monteiro. Allí Pessoa –por pedido de su interlocutor- recuerda la génesis de sus heterónimos. Vinculado a la revista Presencia, en la que colaboró Pessoa, Casais Monteiro publicó en 1942 la primera compilación poética del autor de Oda Marítima.

Fernando Pessoa a Adolfo Casais Monteiro

Lisboa, 13 de enero de 1935
Mi apreciado colega:
(…)Paso ahora a responder su pregunta sobre la génesis de mis heterónimos. Vamos a ver si logro explicarme totalmente.
Comienzo por la parte psiquiátrica. (…)el origen mental de mis heterónimos está en mi tendencia orgánica y constante a la despersonalización y a la simulación. Estos fenómenos –felizmente para mí y para los demás– se cristalizaron en mi mente, quiero decir que no se manifiestan en mi vida práctica, exterior y de relación con la gente; estallan hacia adentro y sólo yo los vivo.
(…)Desde niño fui propenso a crear a mi alrededor un mundo ficticio, a rodearme de amigos y conocidos que nunca existieron. (No sé, entendámonos, si no existieron o si soy yo quien no existe. En estas cosas, como en todas, no debemos ser dogmáticos). Desde que me sé un yo, recuerdo haber fijado mentalmente, con sus correspondientes figuras, movimientos, caracteres e historias, varios personajes irreales que eran para mí tan visibles y míos como las cosas que forman parte de lo que designamos, quizás abusivamente, vida real.
(…) Allá por 1912, salvo error (que nunca puede ser grande), tuve la idea de escribir unos poemas de índole pagana. Esbocé algo en verso irregular (no en el estilo de Álvaro de Campos, sino en el estilo de regularidad intermedia), y abandoné el asunto. Con todo, y envuelto en penumbra, adivinaba en mí el semblante vago de la persona que estaba haciendo aquello (Había nacido, sin que yo lo supiera, Ricardo Reis).
Un año y medio o dos después, (…)me acerqué a una cómoda alta y, tomando un manojo de papeles, comencé a escribir de pie, como escribo siempre que puedo. Escribí más de treinta poemas seguidos, en una especie de éxtasis cuya naturaleza no conseguiría definir. Fue el día triunfal de mi vida, y nunca podré tener otro igual. Empecé con un título –El cuidador de rebaños– y lo que siguió fue la aparición de alguien en mí, a quien, desde un primer momento, di el nombre de Alberto Caeiro. Perdóneme el absurdo de la frase: había aparecido en mí mi maestro. Fue esa la sensación inmediata que tuve. Y tanto fue así que, una vez escritos esos treinta y tantos poemas, tomé inmediatamente otro papel y escribí, también uno tras otro, los seis poemas que constituyen la Lluvia oblicua, de Fernando Pessoa. Inmediata y completamente… Fue el regreso de Fernando Pessoa –Alberto Caeiro a Fernando Pessoa propiamente dicho–. O mejor, fue la reacción de Fernando Pessoa contra su inexistencia como Alberto Caeiro.
Aparecido Alberto Caeiro, traté enseguida de descubrirle –instintiva y subconscientemente– algunos discípulos. Arranqué de su falso paganismo el Ricardo Reis latente, le descubrí el nombre y lo ajusté a sí mismo, porque a esa altura ya lo veía. Y de repente, y en derivación opuesta a la de Ricardo Reis, me surgió impetuosamente un nuevo individuo. Arrolladoramente y escrita a máquina, sin enmiendas ni interrupciones, surgió la Oda triunfal de Álvaro de Campos –la oda con ese nombre y el hombre con el nombre que tiene.
Creé, entonces, una coterie inexistente. Fijé todo aquello en moldes verosímiles. Gradué las influencias, conocí las amistades, oí, dentro de mí, las discusiones y divergencias de criterio, y en todo esto me parece que yo, que fui el creador de cuanto le digo, nada tuve que ver con ello. Como si todo hubiese ocurrido independientemente de mí.
(…) Lo abraza el compañero que mucho lo estima y admira.

Fernando Pessoa.




Héctor Berlioz, en su carácter y en su obra, unió los dos sentidos habituales de la palabra “romántico”: adhirió con originalidad a la estética del romanticismo y además fue un hombre enamoradizo y con tendencia a un sentimentalismo patológico. Su obra más famosa, la Sinfonía fantástica, estrenada en 1830, fue inspirada por la actriz Henrietta Smithson, quien rechazó al músico por parecerles sus cartas exageradamente apasionadas. Esta carta, de tono más sosegado y melancólico, fue enviada a otro de sus amores platónicos.

Héctor Berlioz a Estelle Fornier

Señora:
Existen pasiones fieles, obstinadas, que sólo mueren con nosotros…Tenía yo doce años cuando vi por primera vez, en Meylan, a la señorita Estelle. Ud. No podía ignorar en esa época hasta qué punto había trastornado ese corazón de niño que se destrozaba bajo sentimientos desproporcionados, y creo que Ud. Tuvo la muy excusable crueldad de reírse de ellos algunas veces. Diecisiete años más tarde (volvía de Italia), mis ojos se llenaron de lágrimas, de esas lágrimas que hace brotar el recuerdo, cuando percibí en nuestro valle la casa que usted habitó.
(…) Ayer, señora, después de pasar prolongadas y violentas emociones; después de hacer peregrinaciones a lejanos lugares, emprendí una peregrinación largamente acariciada. He querido volver a ver todo, y lo he visto: la casita, el jardín, la arboleda, la alta colina, la vieja torre, el bosque que la circunda y el eterno peñasco. (…) Nada ha cambiado: el tiempo ha respetado el templo de mis recuerdos. Hoy sólo lo habitan desconocidos.
(…) Adiós señora, vuelvo a mi torbellino; probablemente no me vea nunca más. Usted ignora quién soy, pero me perdonará, creo, la extraña libertad que me he tomado al escribirle. También le perdono de antemano que ser ría de los recuerdos del hombre, como se rió de la pasión del niño.

Despised Love (1)

1. En inglés, “Amor desdeñado”, frase de Hamlet.
Héctor Berlioz.