Un par de textos interesantes

Andan por ahí sin sentido. Buscan afuera lo que no tienen adentro.
Parecen, todo el tiempo. Jamás llegan a ser.
Son los líquidos y líquidas, los hijos de este tiempo de iniquidad y vacío.

No hay en ellos permanencia, sentido, verdad ni peso propio.
No hay trascendencia, entrega, pasión y mucho menos compromiso.
Deambulan por el mundo como si fuera un escenario. O una escenografía.

No sufren: se preservan.
No entran: tocan y se van.
No se quedan: parten siempre.
No dejan huellas, ni admiten que alguien o algo se las deje.
Se deslizan como agua muerta sobre la superficie de la realidad, sin manchar, hervir,
desbordarse ni estancarse.
El dolor y la lucha les son ajenos, como la política y la poesía.

Lo que mejor hacen es aburrirse.
Su diccionario no incluye ninguna acepción de la palabra dar.
Para ellos la música no es una cuestión de fondo, sino un simple fondo.
Carecen de noción de país. Su único país es la conveniencia.
Creer y crear son verbos que no pueden conjugar.

Jamás te enamores de un líquido ni una líquida: no te devolverán amor, sólo se apropiarán del tuyo.
(Después de aburrirse, apropiarse es lo que mejor hacen).
Los indicios que aluden a su nacimiento, como un cuerpo, son apariencia pura. Detrás no hay
nada.
O está la nada.

Sebastián Riestra


LA PARALITICA

¡Sí, es verdad! ¡Sí, es verdad! ¡Es verdad, oficial! Sí, sí, sí, yo la maté. Pero es que me tenía harta, ella era mala, pérfida, ladina, ponzoñosa. Y me cansé de sus ojos de mosquita muerta. Y de que se hiciera la paralítica. Porque ella no podía moverse, es cierto, ahí están los certificados de los dotores, pero no era como para poner ojos de paralítica, ella se regodeaba de su tragedia y yo le decía paralítica de mierda y el tiraba el caldo con cabello de ángel, hirviendo se lo tiraba en la cabeza porque no soportaba sus piernas fláccidas y el olor de paralítica y la mentalidad de discapacitada y sobre todo que no había tenido la culpa de que se subiera al andamio en la obra en construcción en el Chaco, cuando yo era bailarina, más que la Belfiore, que me fui al monoblock en construcción atrás del obrero paraguayo y ella, como buena madre hija de puta que era, me persiguió para espiarme y se cayó del andamio, porque yo en esa época, tomaba cañita Legui, sí, y después licor Ocho Hermanos, que no hay nada más dañino que eso, y un día me preguntó por el hámster y yo no le entendía porque decía lmmmmm jjjmmmúmmmter desde la silla de ruedas, en el patio de atrás, mientras yo colgaba los pañales de su incontinencia todos percudidos lmmmmm jjjmmmúmmmter ¿¡el hámster!?, le dije, ¿¡sabés lo que le hice a tu hámster!? ¡Lo desollé vivo! Y ahora está enterrado abajo de tu cama.
¡¡¡Lmmmmm jjjmmmúmmmter!!! ¡Hablá bien gangosa de mierda!, le decía yo, oficial, porque ella me lo hacía a propósito para cagarme porque yo era bailarina y peluquera y me debía a mi arte, ¡sí!, ¡la maté, oficial! ¡Y no sabé qué liberación! Puse un disco de Richard Clayderman
el claro de luna
y bailé como la llama
de una vela
en un velorio.

Alejandro Urdapilleta

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